lunes, 20 de agosto de 2007

Muerte amiga.

A veces me sorprendo a mi mismo lleno de miedo. Por suerte o por desgracia he mirado la muerte a los ojos un par de veces. Por suerte o por desgracia sólo me ha sonreído abandonándome después de, si acaso, darme un beso en la mejilla.

Por causa de mi profesión me he tenido que convertir, muchísimas más veces de las que desearía, en su espectador fiel, observando cada fase de su trabajo, comprobando como hila fino, y cómo es de concienzuda y certera la muy aviesa.

Una sola cosa he ganado después de estar tantos años terco en mi empeño de ganarle la partida. No le temo. Si acaso hay una veta de respeto tras tanto combate en nombre de otros. Pero no le temo... para mí.

Los seres humanos, como cualquier otro ser vivo con consciencia de placer y dolor, tenemos un instinto muy pronunciado de autoconservación. Huimos de uno y nos lanzamos en pos del otro. Pero quizá sólo los seres humanos tenemos consciencia de nuestra mortalidad. De tarde o temprano, como la noche que le sigue al día, habrá un final también para nosotros.

Como he dicho un poco más arriba no le temo ni a la enfermedad ni a la muerte. Mi sufrimiento físico, cuando llegue, serás sólo mío. Nadie podrás sufrir por mí. Nadie podrá llevar mi carga. Cuando tenga que partir lo haré sólo, y no podré llevarme nada más allá de la ribera.

Pero otra cosa muy diferente ocurre cuando se trata de los demás, de las personas a las que quiero, y cuyo sufrimiento padezco más que el que me pertenece.

Por eso cuando se me grabaron a fuego las palabras de Mariola, "el peor día de mi vida", pensé que, bajo mi punto de vista, no debe de haber un sufrimiento mayor que el perder a la persona que se ama. Y quizá por las mismas razones con las que he descrito mi atrevimiento ante la muerte: porque no puedo sufrir por ellos y eludirles el mal trago, porque no puedo llevar su carga, y no puedo acompañarles en ese viaje, aunque diese lo que fuera por llevarles de la mano aunque sólo fuese hasta el mismo umbral.

¡Ay muerte!, incansable trabajadora, aunque meticulosa, y generosa a veces. De esta vez te he pedido un crédito como avalista de otra persona. Y será, a lo mejor, por nuestra relación como pugilistas del Buen Combate, que me lo has concedido.

Espero que no me seas usurera y me pidas intereses, porque das muchas veces lo mismo que arrebatas. De todas formas ya llegará el momento de conocernos íntimamente, y, aunque de momento no tengo premura, espero que ese día no te me aparezcas con prisa, que puedas parar un rato, y que podamos charlar como dos viejos amigos de todo lo pasado.

Porque a fin de cuentas, también siento una gran compasión por ti.

Gracias por darle a mi suegra esperanza y mucho tiempo para agradecerlo.

Ya nos veremos.

Y gracias a todos vosotros por estar ahí fuera, por vuestro ánimo y vuestra preocupación.

1 comentario:

mariola dijo...

Luis Miguel, me acabas de alegrar el día, curiosamente, hablando de la muerte, pero claro, lo haces de forma tan bonita.
Me alegra saber que ha ido bien.
Me alegra por tu suegra a la que no conozco, por su hija a la que sí, por su encantador nieto y por tí, por Paulo que estará a punto de nacer, por todos vosotros.
Me alegro porque seguro que siempre aportó mucho a cuantos la conocen.
Ahora me quedo esperando la segunda buena noticia, el nacimiento de Paulo, aunque supongo que mas impacientes que vosotros, no habrá nadie.
Bueno, ahora os envío muchísimos besos a todos y hasta pronto.