sábado, 14 de abril de 2012

¡CHÁN, CHÁN!

Un saludo a todos de todo corazón.

Ayer por la noche, durante la charla, nos sucedió algo que no puedo catalogar de otra manera distinta a mágico.

Me encantaría aprovechar y contarlo hoy para poder compartir con aquellos de ustedes que no pudieron asistir.

Estábamos hablando de la felicidad y el ego partiendo, en parte, del contenido del post anterior, donde se explicaba que la mente (el ego, el pensamiento y demás) no era más que una función, y que como tal, se podían usar diferentes maneras de ponerla en marcha más beneficiosas que las que estamos acostumbrados (y que tanto pesar “espiritual” nos causa).

Mis hijos de siete y cuatro años se encontraban en la sala jugando. Aunque he de decir que por las cosas que después de las sesiones me cuenta el más mayor, anda a medias entre jugando y escuchando todo lo que en las reuniones se dice y explica.

De repente el más pequeño se acerca a mí con un juguete en la mano. Una especie de cubo de Rubik brillante y luminoso. Me lo enseña y dice (más para sí mismo que para los demás):

- ¡Mira… brilla!... CHÁN CHÁN…

Y con este último sonido hace una especie de música emocionante, como la de los clímax de las películas.

¡CHÁN, CHÁN!

¡Qué hermosa enseñanza nos descubrió de improviso el más pequeño y sabio de los maestros!

Varios adultos intentábamos desenmascarar las causas de la felicidad.

Se intentaba enumerar conceptos, pero había una manera más simple de enseñar la verdad, y era a través de la inocencia y de la ilusión de un niño.

Ahí está el momento presente en estado puro. Sin pasado, sin futuro. Aquí y ahora en pleno disfrutando de la alegría que se siente por estar vivo con las “cosas” que haya a mano. Sin ningún otro artificio.

Cuando un niño le dice a otro: “¿Jugamos?”, suele aparecer una respuesta casi inmediata y emocionante: “¡Vale!”.

Personalmente yo le añadiría: “¡CHÁN, CHÁN!” después, porque suele existir una gran alegría e ilusión en los ojos del niño que va a jugar, ¿verdad?

Muy pronto crecemos y perdemos toda esa magia.

Cuando alguien nos pregunta: “¿Jugamos?”, aparece todo el pasado y el futuro y la respuesta pasa por una serie de filtros que, sin ningún pudor, apagan toda la ilusión, la alegría, y la inocencia del momento.

Respondemos: “¿A qué?”, “¿cuándo?”, “¿con quién?”, “tengo muchas otras cosas que hacer”, “he tenido un día muy duro”, “mañana tendré cosas muy difíciles que afrontar”, etc, etc…

Se nos perdió toda la magia.

Así que decidimos, ayer por la noche, un grupo de treinta y algo personas muy emocionadas e ilusionadas, crear un nuevo MANTRA… ¿Adivinan cuál?

Allí mismo hice una promesa que pienso cumplir sin miramientos. Cuando alguno de los asistentes nos encontremos en la calle, en el trabajo, y todo eso, les haré la pregunta que suelo hacer de forma cotidiana: “¿Qué tal?”, o “¿cómo estás?”

Espero encontrar una respuesta emocionante. Ya no me vale con los típicos: “No va mal”, “ahí ando”, “más o menos”… y todas esas respuestas tibias, grises, y aburridas que dan las personas de mente envejecida y falta de cualquier signo de magia.

Porque de responderme agriamente, se van a encontrar de mi parte con: Primero una sonrisa, y después un tremendo, enorme, y sonoro:

“¡CHÁN, CHÁN!”

Gracias a todos por… “¡CHÁN, CHÁN!”, ji, ji, ji, ji…


Si desean descargar el mp3 con el texto leído click aquí.



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