jueves, 18 de octubre de 2007

Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana...

Hace una eternidad o quizá unos pocos años, depende del punto de vista que quiera tomar, me pasó algo que me marcó profundamente.
Era un joven bastante altivo, e impartía clases, en un centro ya extinto, que se publicitaba como "escuela tradicional de artes marciales".
Una tarde al salir de mis clases me encontré con una estampa que parecía salida del National Geographic. Frente a mí, al otro lado del estrecho pasillo, se encontraban tres monjes budistas japoneses, dos jóvenes franqueando al de más edad, con sus vestimentas azafran y negro, y sus amplios rosarios de madera casi rozando el suelo.
Me quedé pasmado. Luego supe que se trataba de una pequeña embajada recién llegada, que iba a participar en una semana cultural que comenzaba en la ciudad al dia siguiente. Uno de mis compañeros viajaba con frecuencia a Japón, y se hospedaba en su templo, así que los monjes habían ido a visitarle.
En ese momento tuve miedo de ir a conocerles, no sé bien por qué. Practicaba budismo desde los nueve años, pero ni siquiera me atreví a abrir la boca. Sólo les observé muy ilusionado. Cuando llegó el momento, el tal compañero me los presentó. Con una gran sonrisa estreché las manos a los dos jóvenes. Cuando me dirigí al monje de más edad, éste me lanzó una parrafada en japonés, lengua desconocida para mí en aquel tiempo, de la que por supuesto no entendí ni jota. Luego me puso las manos sobre la cabeza y empezó a rezar "Om Mani Padme Hum", repetidamente con un tono muy musical. Como digo me quedé pasmado, patidifuso, y totalmente bloqueado.
Una vez acabo de recitar el mantra (¡durante 108 veces!) me agarró de los hombros, me soltó otra parrafada, incomprensible para mí, pero llena de afecto y compasión. Y se marchó riéndose con una carcajada sonora y energética, dejándome apavorado.
Luego en los vestuarios los demás compañeros me preguntaban pero ni yo mismo sabía lo que habia pasado ni por qué. Sólo cuando pregunté a su amigo, y mío claro está, pude entender algo de aquella situación.
"Te han hecho una iniciación", me dijo. "¿Cómo?", respondí perplejo.
"Cuando un monje budista empieza una vía espiritual, es iniciado por un maestro, bendecido por decirlo de una manera más occidental, en el nuevo camino que se presenta ante él".
"Guau", pensé, "pero... ¿una vía espiritual?".
Han pasado casi quince años, y ahora lo veo todo claro y diáfano como el cielo azul al otro lado de la ventana. Incluso , sin consderarme maestro de nada, que no lo soy, he tenido el honor de "bendecir" o "iniciar" a otros en sus caminos.
No sé por qué, de repente, aquel recuerdo ha aparecido nuevamente en mi memoria, y he querido compartirlo con vosotros.
Al fin y al cabo fue hace una eternidad, o hace apenas un momento.
Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana...

1 comentario:

mariola dijo...

Impresionante tu historia... pero creo que la elección no fue casual.
Todo ocurre por algo, aunque haya momentos en que la causa se escape a nuestra comprensión.
Ese monje te inició a ti, no a cualquiera. Tu también lo sabes, verdad?
Muchísimos besos.