martes, 1 de julio de 2008

Una mente enferma

Hola a todos:
Hace unos días, ocurrió en mi ciudad un terrible crimen, de esos que saltan a las crónicas negras de nuestros periódicos, esos cuyos detalles, por macabros y morbosos, trascienden al público, de los que se comentan en la panadería, el estanco o la carnicería.
Pocos días después, la noticia se convirtió en algo más que una pesadilla, al descubrir que conocía de toda la vida al autor de ese horrible asesinato, alguien que estuvo mil veces en mi casa, yo en la suya, en la de su familia o en la de la mía…
Hace años la relación de amistad se distanció, estaba cambiando. Tal vez los excesos cometidos durante años, quizá las interminables horas de soledad en la cabina de un camión, durante los interminables viajes en el transporte internacional… tal vez, quizá… quién sabe qué pasó por su cabeza… quién puede siquiera imaginar lo que ahora, al cerrar los ojos cada noche, en la celda de la cárcel, pueda recordar, sufrir y penar.
No existe condena suficiente para paliar el daño causado. No existe prisión que algún día devuelva a esa familia el hijo que les fue arrebatado, ni a la familia del autor, la paz y tranquilidad que a la vejez se ganaron a pulso y su hijo ahora les ha robado.
Terrible mezcla de sentimientos. No puedo entender los motivos, porque ninguno existe, no puedo entrever ni remotamente los mecanismos de esa mente enferma y trastornada, pero se algo.
Sé que cada minuto del día y cada hora de desvelo, que serán muchas, aparecerá ante sí la imagen de su víctima. Sé que aparecerá ante sus ojos a cada instante el daño hecho, el sufrimiento de esos padres, los suyos y los del fallecido.
Será consciente en algún momento de lo que implica perder la libertad, valorara lo importante porque ya no lo saboreará en muchos años, ya no se bañará en el mar, no paseará una playa, no abrazará a sus amigos, si es que alguno tiene la suficiente compasión para ir a visitarlo a través de un cristal.
Aunque, en realidad, la libertad la perdió mucho antes. La perdió cuando perdió la autonomía suficiente sobre lo que su mente le dictaba y se dejó llevar. Y la perdió de por vida al hacerle caso, porque, desgraciadamente, conserva intacta esa memoria que, constantemente, le recordará lo que hizo.
Claro que, aunque tarde años en recuperar esa libertad que ha perdido, alguien, con tan sólo veinte años, lo perdió todo hace unos días, y lo perdió para siempre, por la enferma voluntad de una mente trastornada.
Tengo estos días esa extraña sensación de inseguridad, causada por la incredulidad de que alguien a quien hace unas semanas hubiera jurado conocer, ahora descubro no saber nada.
Pero, a fin de cuentas, quien sabe nada? Seguro que él mismo, hace un mes, se hubiera considerado incapaz de hacer algo como lo que hizo.
Muchísimos besos a todos.

4 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Es terrible lo que cuentas, aunque demasiado frecuente, por desgracia. Normalmente suele ocurrir siempre lejos, a personas desconocidas de las que no sabemos nada, e inmendiatamente empezamos a sacar conclusiones sobre lo que pasó, sobre la personalidad de los protagonistas, etc. Eso nos hace sentir un poco seguros, nos decimos que era algo de esperar, que se veía venir, etc... pero cuando ocurre con alguien conocido del que no se esperaba nada parecido, la cosa cambia. Nuestros fundamentos se van al traste y con ellos nuestra supuesta seguridad.
Pero tengamos en cuenta que cuando ocurre algo así, siempre existen muchos conocidos de la víctima y del agresor que se ven sorprendidos, que no esperaban nada parecido y a los que les parece subrrealista todo lo que les está pasando.
¿Conocemos a nuestro vecino, a nuestros amigos, a nuestros familiares, a nuestra pareja... nos conocemos a nosotros mismos?
Yo no estoy tan seguro.
Muchos besos.

mariola dijo...

Hola Pedro: Sí, es terrible, aún me cuesta creerlo y es cierto que siempre pensamos que algo así se puede predecir, pero no.
Ignoro los mecanismos de la mente, incluso los míos, me doy cuenta de que no conozco a nadie, tal vez ni a mí misma.
A quien yo conocí hace casi treinta años, con quien tantas veces hablé, jamás hubiera querido hacer algo como lo que ahora ha hecho, eso lo tengo muy claro.
No sé qué le pudo llevar al límite de la locura, no sé qué engaños le tramó su mente para hacer algo tan tremendo, premeditarlo y mantenerse firme hasta darle forma, sabía lo que hacía, no actuó en un arrebato.
Recuerda lo que hizo y lo explica, aunque nadie logre entenderlo, y esa es su condena, recordar.
Porque el que, totalmente enloquecido actúa, no recuerda después, tal vez atisbos que aparecen como trazos de recuerdos sin forma... pero este lo recuerda todo.
Me duele saberle en prisión, me duelen sus padres y hermanas, sus sobrinos, la familia de la víctima a la que no conozco, pero, ante todo, lo que más duele es saber que él ya terminó con su vida, ya no volverá nunca a tener paz, a dormir tranquilo...
Es duro sólo imaginarlo, vivirlo no quisiera saberlo.
Muchos besos a todos.

Luis Miguel dijo...

Un saludo a todos de todo corazón.
Me apena terriblemente todo el sufrimiento causado. Una mente así, definitivamente, es una mente enferma y digna de compasión.
No hay receta, venda o medicamento que pueda siquiera calmar todo el daño causado. No hay pena judicial, ni ley que pueda compensar la pérdida.
Las personas, en estos casos, sólo podemos tirar de lo único que nos queda de nuestra humanidad: la compasión.
Mariola, gracias por compartir con todos este poquito de tu intimidad.
Gracias a todos por estar ahí fuera.

Hada Saltarina dijo...

¡Me quedo sin palabras! Un abrazo a los dos