lunes, 17 de noviembre de 2008

La vida ante tus ojos

Hola a todos:
Hace ya tiempo que creo que hay que vivir el momento, el presente, el ahora.
Porque ayer ya no existe y porque mañana, nadie sabe si llegará.
Esto es fácil decirlo, pero difícil llevarlo a la práctica, porque estamos educados desde niños en labrarnos un futuro, llegar a ser hombres de provecho (provecho para quién? para la sociedad? para tu familia?).
Por otro lado el pasado nos pesa y mucho, porque los recuerdos son un lastre, en forma de miedos, de fracasos, de desencantos, momentos felices, amores que se perdieron, etc, etc.
Hace ya algún tiempo, tuve la suerte de percibir y comprender lo efímero que es el presente, y que por eso había que exprimirlo al máximo. Dejar a un lado los miedos, evitar comparar lo presente con lo pasado y vivir lo que ocurre en este preciso instante, ahora.
Os cuento esto, de lo que ya hemos hablado en varias ocasiones, porque el otro día tuve de nuevo la suerte de presenciar una escena de esas que te aclaran la vista por un tiempo.
Volvía de Alicante, de comer con un amigo, hacia Elche, a mi trabajo. Circulaba no muy rápido por una vía alternativa que está plagada de rotondas. Al acercarme a una de ellas, reduje considerablemente la marcha, detrás de un vehículo que hizo lo mismo.
El sol estaba justo enfrente y ya empezaba a bajar para irse a dormir, y al entrar en la rotonda, debió cegar a la conductora de delante (que podría haber sido yo), y atropelló a un ciclista.
Paramos varios coches para auxiliar a ese muchacho. Yo lo pasé mal, lo reconozco, porque salgo a menudo por esa misma carretara con la bici y se que estamos vendidos.
Resumiendo: el muchacho se puso en pie, ayudado por su compañero de aventuras, y la conductora que lo había atropellado, lo trasladó al hospital. Parecía sólo estar aturdido y dolorido por la caída. La chica muy nerviosa, se desvivía por ayudarles, y los allí presentes nos ofrecimos para llevar al compañero y las bicis hasta Elche.
Pero hubo un instante, breve, décimas de segundo, en el que ciclista y conductora vieron el final de sus vidas, o al menos, de las vidas que hasta ahora conocían.
Afortunadamente no ocurrió nada irreparable, pero seguro que el incidente les debió aportar mucha luz.
Seguro que en ese breve instante perdieron importancia sus miedos y preocupaciones cotidianas.
Seguro que esa tarde abrazaron con mucha mas fuerza de lo habitual a sus parejas o hijos.
Seguro que comprendieron que luego o mañana, no siempre dependen de nuestra voluntad, que en asuntos de tiempo, nunca es soberana.
Sólo deseo que todos, de vez en cuando, y sin necesidad de atropellos, dejemos pasar por un instante la vida ante nuestros ojos, y comprendamos la importancia del momento.
Carpe diem.
Besos a todos.

5 comentarios:

sky walkyria dijo...

un suspiro siempre es el último
y parece el primero

Unknown dijo...

Y es que si no aprecias el momento que estás viviendo, la vida se encarga de ello. Muchas veces nos lo recuerda y cuanto más tapados tengas los oídos, con más fuerza la vida te lanzará esa voz de aviso.

Un besillo.

Pedro Estudillo dijo...

Desgraciadamente, suelen ser las tragedias propias las que nos abren los ojos, y a veces no para siempre, sólo durante un periodo de tiempo. Lamentable.
Es difícil aprender por cabeza ajena, y mucho más poner en práctica lo aprendido.
Un abrazo.

Unknown dijo...

a veces. dentro de mi sistema de prácticas, hablamos de las tres vias del sufrimiento. Es decir, los tres caminos por donde el sufrimiento (que es mental, para diferenciarlo del dolor, que es fisico) Decimos entonces que las tres vias son, el recuerdo, la sensación, y la imaginación.

Sufrimos por recordar momentos negativos, sufrimos cuando tenemos sensaciones negativas del presente, sufrimos cuando nos imaginamos cosas negativas a futuro. Sin embargo estas tres vias pueden limpiarse. Cuando desaparece lo que obstaculiza el ojo surge la visión clara y luminosa.

te envio un abrazo, desde el otro lado del mar.

juank

Luis Miguel dijo...

Un saludo a todos desde el corazón.
Es una pena que las personas viven la gran parte de sus vidas en "piloto automático".
Hay una analogía que compara la mente humana a un mono que salta de una rama a otra constantemente. No tiene algo en su mano cuando ya está pensando en asir otra cosa.
Todo esto me provoca una gran compasión. Imagino el dolor de estas personas cuando, a través de una tragedia, o simplemente, cuando tienen la certeza de sus muertes (como cuando padecen una grave enfermedad), se percatan de haber malgastado toda su vida.
¿Tenemos miedo a la muerte por perder la continuidad de nuestros hábitos o por todas las cosas que podíamos haber hecho, y que muchas veces aún podemos hacer?.
Dejemos de ser como los turistas que viajan por un paraje hermoso con todas las ventanillas del autobús bajadas. Porque todo viaje, más tarde o más temprano, se acaba.