martes, 2 de noviembre de 2010

Que veinte años no es nada...

Hola a todos:
Como dice el tango.
A veces me cuesta escribir en este lugar, por tener la sensación de que se ha hablado ya del tema, a lo largo de estos más de tres años. Pero da igual, siempre hay matices nuevos.
Hoy os hablaré de guerras y sufrimiento innecesario. De rencores absurdos, de pasados que impiden vivir el presente. De perdón y reconciliación.
Porque un día sucede algo, tan inesperado y a la vez tan bueno, algo justo, feliz y deseado, que nace la necesidad de compartirlo, por la alegría que suponen y por si a alguien le sirve de ejemplo, a ver si creamos moda.
Hace mucho más de esos veinte años, que ya digo no son nada, se produjo un terrible desencuentro entre dos hombres, dos hombres buenos, unidos por lazos de sangre. Aquél desencuentro causó un terrible sufrimiento, a ellos dos y a quienes eran cercanos, enzarzándose no en una guerra pero sí en una distancia insalvable, marcada por los desprecios, el desamor, los reproches, el rencor.
Es verdad que si uno no quiere dos no se pelean, pero también es muy cierto que una paz no se firma si ambos contendientes no entierran el hacha de guerra.
Los años parecían haberles enseñado a vivir con su particular y gratuito sufrimiento. Uno optó rápidamente por entregar sus armas, nada podía ser tan importante para justificar ese sufrimiento. Reconoció sus errores, pidió por ellos perdón, pero de nada parecía servir.
El otro contendiente había optado por una solución más “fácil”, negando errores y sufrimientos, incluso sentimientos. La razón era suya y sólo suya, y todo aquél que no se la diera y le rindiera pleitesía, sería igualmente desterrado.
Pasaron los años, hubo alguna tregua, pero no se firmaba la paz. A cada intento, el que seguía en su particular guerra, traía de nuevo todo el pasado, lo hacía renacer, cada vez más fuerte y pesado, crecido con el sufrimiento acumulado al paso de los años.

Pero a nadie engañaba, tal vez sólo se consiguió engañar durante un tiempo a sí mismo.
No podía pretender ser dueño de unas emociones y sentimientos que sencillamente se negaba a reconocer. Se había convertido en un esclavo de su soberbia.
Pero ese ser, de aspecto duro y frío, tenía un corazón, que le había salido bastante traidor. Cada vez que sus sentidos le comunicaban con el mundo, se generaban emociones y sentimientos, y al paso de los años, la vida le fue debilitando esa coraza, y negarlos ya no era una solución.
Ya no podía negar la evidencia, ya no podía mantener que no sufría y menos aún que le resultara indiferente generar sufrimiento a los demás.
No sé si fue la Luna o el sol, el viento o el mar, quien ayer le susurro al oído que ya era bastante.
Que veinte años no es nada, pero para qué convertirlos en treinta.
Que hoy y ahora no tienen que ser SÓLO consecuencia del ayer, pero sí pueden ser determinantes para mañana.
Un abrazo puso fin a esa guerra absurda. Un te quiero al oído. Lágrimas que ansiaban ver la luz desde hace años.
Fue tan fácil soltar el saco. No lo abrieron, no permitieron salir al rencor ni al sufrimiento, lo dejaron bien atado.
Muchos besos a todos. Hoy en especial a los que saben perdonar y se preocupan del hoy y del ahora.

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