miércoles, 3 de noviembre de 2010

II parte

Hola a todos:
Esto viene a ser una segunda parte, un análisis de lo que ayer os comenté, de ese encuentro, de esa concesión por fin del perdón, de la esperada paz.
Cada uno de nosotros, con el paso de los años, comienza a reconocer las situaciones, las acciones que nos causan sufrimiento. Con la perspectiva que da la distancia y el tiempo, se separan las acciones de los efectos, las causas de los resultados, y poco a poco, comienzas a entrever que las consecuencias no siempre son las mismas y mucho o todo tienen relación con los sentimientos que se generan al contacto con el mundo.
Dependiendo de tu conciencia de identidad y de la que otorgues a los demás, existe o no el respeto. Partiendo del erróneo concepto de identidad, yo soy, yo siento, yo hago, yo tengo, yo vivo, tu ego se convierte en responsable de la mayoría de tus acciones. Cuando se produce un encuentro con otra persona, tu perspectiva de las cosas es la única real y verdadera. Cómo me voy yo a equivocar? Y aunque lo haga, conozco mis razones y siempre me mueven buenas razones para hacer lo que hago, como el mundo no me comprende? Cómo no me da todo el mundo la razón?
Porque claro, los demás no son como yo, me resulta tan sencillo desmenuzar sus entrañas, averiguar sus motivos, entender evidentes sus errores y encima ver cómo los repiten…
Para respetar a los demás tengo que partir de una premisa, contraria a lo anterior. Desechar esa falsa identidad que me otorgo y considerar a los demás como semejantes, como iguales, pero hacerlo de verdad. Por qué en todas las guerras se intenta exterminar al enemigo? Porque no son iguales, no se les considera ni tan siquiera semejantes, son los enemigos, y en virtud del peligro que a nuestra identidad, personal o como pueblo nos puedan suponer, los exterminamos.
Nadie apunta con un arma pensando que el individuo situado frente a él es un padre, un vecino o podría incluso ser un amigo. Lo único que se ve es un enemigo, un peligro.
Y esto no ocurre sólo en las grandes guerras. Ocurre a cada instante, en nuestras acciones cotidianas. Todo el que tiene otra opinión, otra creencia, todo el que sea distinto, puede ser considerado enemigo. Y no le respetamos, no es un igual, y puede desmontar esa identidad que nos hemos fabricado. Puede poner en tela de juicio cualquiera de nuestras acciones.
Y ese respeto que nuestro ego exige al mundo, nuestro ego no lo entrega hacia los demás. Porque él es el rey indiscutible del universo.Y crea mucho sufrimiento, al titular del ego y todos los demás, porque ese titular no está sereno, no conoce la paz, siempre tiene que estar alerta y defenderse.
Hasta que un buen día se hace una pregunta... qué defiendo? quién peligra? qué peligra? para que conservo mis armas?
Creo que nos cuesta demasiado entender que no somos individuales, y la relación que existe entre nuestras acciones, nuestras palabras y el resto del mundo. No puedes pretender un mundo pacífico si no alcanzas tu propia paz.
Ese día comprendes que todo el rencor que acumulas, todo tu miedo a perder, es el responsable de la guerra y el sufrimiento. Y decides apartarlo, sueltas ese pesado saco que cargaste en tu espalda durante años, y te sientes ligero, sereno, tranquilo. Conseguiste perdonar.
Muchos besos a todos.

2 comentarios:

Luis Miguel dijo...

Querida Mariola:

Te voy a pedir un simple ejercicio acorde con tus escritos.
¿Podrías considerar el explicar lo que Krishnamurti quiso decir cuando afirmaba que: "Yo soy el Mundo"?
Es, como digo, un ejercicio simple que nos dará para comentar.
Gracias.

mariola dijo...

Hola a todos:
Simple???? Ufff.

Negar la individualidad.
Decir yo soy el mundo es decir que no soy una entidad independiente, individual.
Es decir que todo es lo mismo, no estoy separada del resto, de todo lo que me rodea.
Que estoy conectada, que formo parte de...
Lo único distinto e individual es el cuerpo físico, pero espiritualmente, esa identidad es una fantasía que nos hemos creado, es una simple ilusión.
Nos identificamos con lo que sentimos, yo soy, yo quiero, yo puedo, yo haré, yo siento.
Y esa falsa identidad, el ego, necesita defenderse, perdurar, porque es lo que nos da identidad, lo que creemos que somos, lo que nos hace distintos.
Si me considero parte del todo, cada una de mis acciones afecta a todo.
Si me considero única e individual, actuaré por y para mí, no para el mundo, ni con el mundo ni por él y esas acciones nunca serán correctas para el todo, para el mundo.
Si las acciones no son correctas generarán sufrimiento siempre.
Cuando comprendes que ese ego es una simple ilusión, que no hay que defender nada, ni proclamar nada, cuando ves el mundo que te rodea como un todo del que formas parte, cuando comprendes que lo que percibes de él es producto de los sentidos, simples reacciones... buenas, malas... según quien las perciba y describa, porque las cosas son lo que son con independencia del título que les queramos poner... ese día empiezas a acercarte al nibanna.
Besossss