Mi querido y respetado amigo Paulo Coelho inicia su libro, según dice autobiográfico, "El Peregrino de Compostela" con una historia muy interesante.
Para no hacerlo muy extenso:
Paulo se encuentra en medio de una gran ceremonia. Es el final de su camino como Mago, y su Maestro, por fin, le hará entrega de su espada. En un momento, entre oraciones, el Maestro le ofrece la espada de madera y acero y Paulo alarga sus manos hacia ella.
Sorprendentemente el Maestro le pisa los dedos y le grita:
"¡Aleja la mano que te engaña! (...) Deberías haber rechazado la espada; si así lo hubieras hecho te habría sido entregada, porque tu corazón estaba puro. Pero, como lo temía, en el momento sublime resbalaste y caíste, y, por culpa de tu avidez, deberás caminar nuevamente en busca de tu espada"
La humildad es un paso muy importante en el inicio, en el medio, y en el final de cualquier camino espiritual. ¿Qué podemos pretender en el Budismo que no sea comprender los mecanismos que producen nuestro sufrimiento?
Al mismo tiempo: ¿Qué sentido tiene para uno iniciar estos estudios sino es con la finalidad de evitar que este sufrimiento se desenvuelva?
Ya lo expuse en la entrada "Ser Budista" el mes de Agosto pasado.
Ser Budista no es actuar de una determinada manera para que nos vean los demás. No es ser prepotente y hacer que ese ego aumente desmesuradamente.
Es por ello que si el Maestro te ofrece la espada, y te dice, "cógela hijo mío, que por eso eres el número uno", el alumno sabio debe de saber rechazarla.
No asirla con fuerza y además, levantarla bien alto para que todos puedan verla.
En ese caso el Maestro debe, como en el libro de Paulo Coelho, arrebatarle la espada que por su falta de humildad pierde en el momento justo en el que iba a conseguirla definitivamente.
Dicen los textos antiguos zen, que las flores de loto nacen en el fondo de los pantanos, entre el lodo. Pero al igual que en el camino espiritual, alguna de estas flores emergen del agua con toda su belleza y perfume.
Pero la mayoría simplemente se quedan en el barro.
Ya lo dijo el señor Buda hace 2600 años atrás: "¡El que tenga oídos para oír, oiga!"
Gracias a todos por estar ahí fuera.